3 sept 2012

Cuento: Nico y el Mundo encogido


Nico tenía el pelo de pincho y cara de luna llena. Lo que más le gustaba del mundo, y hasta del universo entero, era jugar con sus amigos: jugaban a ser piratas, a saltar escaleras, y a carreras de coches.... pero también les gustaba mucho jugar a quién decía la cosa más fea, o quién  hacía pis más lejos.
Como su padre vivía en otra ciudad, Nico vivía con su madre. Su casa era muy grande para los dos, pero a ella le gustaba. Tenía cosas de esas que los pisos no tienen, como bodega, desván, garaje y otras cosas raras.

El desván era la habitación secreta de mamá, y siempre estaba cerrada con llave. Nico tenía prohibido entrar allí, pero algunas noches la espiaba cuando estaba dentro: a veces sonaba música fea, a veces salía humo por el agujero de la cerradura, y en otras ocasiones se la oía leer en voz baja. A Nico le daba un poco de miedo.

Un día, mamá tuvo que salir corriendo para ir a ayudar a una vecina: ¡ la lavadora se la estaba comiendo, o algo así, por el ruido que hacía! Nico había estado esperando durante meses, pero ¡ por fin la puerta estaba abierta! ¡ Y sin mamá!

Entró poco a poco y con cara de susto. En un rincón, junto a unas velas encendidas, había un libro muy viejo. Estaba cubierto de polvo y escrito a mano. Era el libro más raro que había visto nunca.
Lo abrió por el medio. Como en el colegio ya le habían enseñado a leer, empezó a practicar:
“Cómo.. viajar.... al mundo pequeño”
Y siguió leyendo hasta terminar la página:
“Afortunada es... tancia.... en el mundo    mocrospóquico... no, microscó... pico”

¡ Qué cosas más difíciles de leer ponía en ese libro! ¡ No había entendido casi nada!

Como mamá debía estar a punto de volver, pensó que era mejor irse de allí. Dio un paso, pero no se movió de lugar. Dio otro paso, pero tampoco se movió. Andaba hacia la puerta, pero siempre  parecía estar en el mismo sitio.
Miró a su alrededor. La habitación le parecía mucho más grande. ¡Y seguía creciendo! ¡ Y creciendo más más!
Hasta que paró de crecer. ¿Porqué habría crecido la habitación?

-         Vaya, eso me pasa por ser tan malo. No tenía que haber entrado aquí... Ahora mamá me va a castigar sin chuches por hacerle grande el desván... ¡ Qué rollo!

Se sentó a pensar mirando hacia la ventana, como hacen los mayores. Afuera todo era gigante también: los árboles, los pájaros, las otras casas...

-         ¡Me he hecho pequeño yo! ¡Mamaaaaaaá! ¡ Mamaaaaaaaaá!


De repente oyó algo muy extraño. Parecía como si alguien estuviera hablando muy bajito detrás de él...
-         Sí, sí, es otro como nosotros –dijo alguien-. La Gran Bruja debe haberlo encogido también...
-         -Pues aquí ya no cabe nadie más... ¡ Que se busque otro sitio! –exclamó alguien con voz de hombre.
-         ¡ Oye, tú! ¡ Lárgate de aquí! –le gritó una viejecita con voz de enfadada.

Nico se dio la vuelta. Delante de él había siete u ocho personas pequeñitas, encogidas como él.
-         ¿Y vosotros quienes sois?
-         ¿Es que no nos reconoces?
-         Yo soy el cartero. Ese que cada mañana llamaba a la puerta y os despertaba. Tu madre, la Gran Bruja, me encogió con un hechizo.
-         Y yo soy tu profesora de piano. Esa que te reñía tanto porque te  tirabas pedos a mitad de canción.
-         ... es que no podía aguantarme... –respondió Nico.
-         ¡Uno siempre puede aguantarse un pedo cuando se toca el piano, niño!
-         Lo siento... -contestó él.
-         Y ésta es tu tía Maruja, la que siempre venía de visita cuando tu mamá se estaba tiñendo el pelo.
-         Y ellos –dijo señalando a dos pequeños tipos algo raros- son los ladrones que entraron un día y desaparecieron misteriosamente...
-         Cleo, yo soy Cleo –interrumpió una figura menuda con el pelo rojo alborotado-. ¿Te acuerdas de mí? Un día pisé el rabo de vuestro perro sin querer. Y, ¡ ya ves lo que me pasó!


Vaya, Nico acababa de descubrir que mamá era una bruja. Una bruja de las grandes, ¡de las que podían encoger a la gente!
¡A lo mejor también podía volar en escoba, o convertir ranas en príncipes! ¡Guau! ¿Eso era bueno... o malo?


Nico tenía tanto miedo que se puso a correr y correr. Cuando hubo avanzado un palmo, ya estaba tan cansado que no podía más.
Decidió sentarse bajo la butaca a esperar a mamá. Tenía mucha hambre, pero tuvo suerte. A mamá se le había olvidado barrer allí debajo, y encontró dos trocitos de galleta integral.

Era tan tarde, y estaba tan cansado...
En su mundo, encogido y tumbado debajo de la butaca, Nico se quedó dormido.



Y pasaron los minutos........... y las horas........
Y llegó la luna..........
Y llegó la noche.....
Y mucho, mucho después, la luna se acostó, y el sol se despertó bostezando. Había llegado la mañana.
   
-¡Venga, despierta, dormilón! ¿Es que hoy no piensas ir al cole?
-¡Mamá!¡¡¡Soy grande!!!
-Sí cariño, ya tienes seis años.
-         No, mamá, soy grande de grande, no pequeño como los bichos. Quiero decir... que ahora todo es pequeño... normal... y yo también... ¡y mi cama no me sobra!¡¡¡y me llegan los pies al suelo!!!
-         Pero, ¿qué dices?

Nico se tocó la frente, que le dolía un poco. ¡Tenía un chichón enorme!

-         Mamá, tengo un chichón...
-         Oh, eso. Te diste un golpe con una butaca, creo.

Nico no entendía nada, pero empezó a vestirse para ir al cole. Ese día le tocaba gimnasia y plástica, sus dos cosas favoritas.


Antes salir de su habitación, su madre se giró y le miró a los ojos. Muy, muy seria, le dijo poco a poco:
-         Nico, nunca más leas los libros de mamá. Algunas cosa... podrían... NO tener remedio...



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